Los Peligros de la

 

TEOLOGÍA REFORMADA

 

 

El Peligro de Poner al Creyente Bajo la Ley

 

La Teología Reformada ataca la esencia misma de la vida cristiana y la regla por la cual debe ser vivida. La Teología Reformada yerra en su enseñanza sobre la santificación enviando al creyente de regreso al Monte Sinaí en vez de enviarlo al Monte Calvario. Pablo siempre se enfocaba en la cruz: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?” (Gálatas 3:1). “Pero lejos está de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).

 

Los hombres reformados nunca dirían que el hombre es justificado por las obras de la ley. Ellos insisten correctamente que la justificación es por fe y no por obras. “La justificación es por fe” era el fiel clamor de la Reformación. El problema no se relaciona con la justificación, sino con la santificación (la vida cristiana y cómo ha de vivirse). Los teólogos reformados enseñan consistentemente que los creyentes están bajo la ley como regla de vida. Ellos dicen usualmente que el creyente no está bajo la ley ceremonial (el sistema de sacrificios, etc.), pero que está bajo la ley moral (los Diez Mandamientos, etc.). La característica opresiva de todos los teólogos reformados es su doctrina de la relación del creyente con la ley. Ellos dicen que el creyente está “bajo la ley” como regla de vida.

 

Miles Stanford, autor de The Complete Green Letters, ha dado la siguiente lista de autores calvinistas o reformados que están a favor de la ley, cuya teología ha impregnado el pensamiento de un gran número de creyentes:

 

 

Adams, J.

Allis, O.

Bass, C.

Baxter, R.

Berkof, L.

Berkouwer, G.

Boettner, L.

Boice, J.

Bonar, A.

Boston, T.

Brown, D.

Conn, H.

Cox, Wm.

 

Edwards, J

Fletcher, D.

Fuller, D.

Gerstner, J.

Gill, J.

Goodwin, T.

Haldane, R.

Hamilton, F.

Hodge, A.

Hodge, C.

Kromminga, D.

Kuiper, H.

Kuyper, A.

 

Lloyd-Jones, M.

Mauro, P.

Morris, L.

Murray, G.

Murray, J.

Nicole, R.

Owen, J.

Packer, J.

Payne, H.

Pink, A.

Romaine, Wm.

Ryle, J.

Schaeffer, F.

 

Shedd, Wm.

Smeaton, G.

Steele, D.

Stonehouse, N.

Stott, J.

Thomas, C.

Van Til, C.

Van Til, H.

Vos, G.

Warfield, B.

Watson, R.

Watson, T.

Wyngaarden, M.

 

 

Muchas de las personas mencionadas pueden y deben ser considerados como hombres muy piadosos. Su contribución a la causa de Cristo no debe ser minimizada. Sin embargo estos hombres no eran dispensacionalistas en su teología y ellos yerran siempre cuando insisten que el creyente está bajo la ley como regla de vida. Para la santificación, el creyente tiene que ser dirigido al Monte Calvario, no al Monte Sinaí. La cruz es el lugar donde se encuentra la verdadera libertad.

W. J. Berry, en su prefacio para el libro clásico de William Huntington The Believers Rule of Life (La Regla de Vida del Creyente), resumió muy bien el problema:

 

Es un hecho divino que Cristo ha libertado absolutamente a los “redimidos” de toda esclavitud y de las consecuencias de toda ley con castigo promulgada. Esta verdad fue negada al principio por los fariseos y por algunos judíos creyentes. Esta negación de la verdad podría haber prevalecido, si el asunto no hubiese sido aclarado inmediatamente por los apóstoles. Estas aclaraciones fueron establecidas en la conferencia de Jerusalén (Hechos 15:1-35); cuando Pablo corrigió a Pedro; en la reprensión de los judaizantes gálatas por el apóstol; en su exposición en la epístola a los Romanos, y en la clarificación  final en la epístola a los Hebreos. Pero a pesar de estas claras declaraciones del cielo, algunos hombres llegaron a las iglesias y persistieron en enseñar la ley de Moisés. En el Concilio de Nicea, convocado por el emperador romano Constantino, sus obispos comenzaron el primer “sistema” de leyes judeo-cristinas, que fueron diseminadas durante la Edad Media por los papas y la jerarquía de obispos, luego modificada y continuada por los reformadores protestantes, de allí a toda la cristiandad hasta el día de hoy. El asunto no es una cuestión de bien o mal, sino de la relación bajo la cual servimos. Todos los que están bajo la ley, sirven al pecado para condenación; todos los que están libres de la ley, ahora sirven como hijos libres a la justicia y verdadera santidad (Romanos 6:15-23).

 

Los primeros dispensacionalistas también entendieron muy bien este asunto:

 

Por la ley aprendo que Dios aborrece el hurto, pero yo no robo porque esté bajo la ley. Toda la Palabra de Dios es para mí y fue escrita para mi instrucción; pero ya no estoy bajo la ley, sino que soy un cristiano que murió con Cristo en la cruz y no estoy en la carne, a la cual se aplica la ley. He muerto a la ley por el cuerpo de Cristo (Romanos 7:4). [John Darby].

 

Algunos hombres, aunque muy equivocados, pueden tener muy buenas intenciones al imponer la ley como regla de vida al cristiano, pero todo el principio es falso, porque la ley, en vez de ser una regla de vida, es necesariamente una regla de muerte para quien tiene pecado en su naturaleza. Lejos de ser un poder liberador, sólo puede condenar; lejos de ser un medio de santificación, es, de hecho, el poder del pecado (1 Corintios 15:56). [William Kelly].

 

Estamos plenamente convencidos que la verdadera santidad práctica no puede ser construida sobre una base legal; en consecuencia, llamamos la atención de nuestros lectores sobre 1 Corintios 1:30.  Es de temer que muchos de los que han abandonado en alguna medida, el terreno legal en cuanto a la “justificación”, persisten en ello para la “santificación”. Creemos que esto es el error de miles y estamos deseamos que esto sea corregido. Es evidente que un pecador no puede ser justificado por las obras de la ley, y es igualmente evidente que la ley no es la regla de vida del creyente. En cuanto a la regla de vida del creyente, el apóstol no dice, ‘para mí el vivir es la ley’; sino, “Para mí el vivir es Cristo” (Filipenses 1:21). Cristo es nuestra regla, nuestro modelo, nuestro criterio, nuestro todo. Recibimos los Diez Mandamientos como parte del canon inspirado; creemos además que la ley permanece en todo su vigor para gobernar y condenar al hombre mientras vive. Permita que el pecador trate de obtener vida por medio de la ley, y vea donde le llevará; y permita que el creyente ajuste su caminar a ella, y vea lo que hará de él. Estamos plenamente convencidos que si un hombre anda conforme al espíritu del evangelio, él no cometerá asesinato o hurto; pero estamos también convencidos que un hombre, que se limita a las normas de la ley de Moisés, quedará muy corto en cuanto al espíritu del evangelio. [C.H. Mackintosh].

 

La mayoría de nosotros hemos sido enseñados y ahora vivimos bajo la influencia del galatianismo. La teología protestante está casi totalmente galatanizada, en cuanto a que no se da el lugar distintivo y separado ni a la ley ni a la gracia, como en los consejos de Dios, sino que han sido mezclados en un sistema incoherente. La ley ya no es, según la intención divina, un ministerio de muerte (2 Corintios 3:7), o de maldición (Gálatas 3:10), o de convicción (Romanos 3:19), porque se nos ha enseñado que tenemos que tratar de guardarla y que podemos lograrlo con la ayuda divina. Por otra parte, la gracia tampoco nos trae la bendita liberación del dominio del pecado, porque se nos mantiene bajo la ley como regla de vida, a pesar de las claras aseveraciones de Romanos 6:14. [C.I.Scofield].

 

Cuando el pecador es justificado por fe, ¿necesita de la ley para agradar a Dios? ¿Puede la obediencia a la ley producir en él el fruto de santidad para Dios? ¿Cuál es la relación del pecador justificado con la ley? ¿Está aún bajo el dominio de la ley o ha sido liberado también de la ley y de su esclavitud? Estas preguntas son respondidas en este capítulo (Romanos 7). “Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios. Pero ahora estamos libres de la ley, por haber muerto para aquella en que estábamos sujetos, de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Romanos 7:4,6) [Arno C. Gaebelein].

 

Los creyentes de hoy ya no están bajo la ley, ni como medio de justificación ni como regla de vida, sino que son justificados por gracia y son llamados a andar por gracia. Aquí (en Romanos 7:14-25) tenemos a un judío creyente luchando para lograr la santificación usando la ley como regla de vida y tratando resueltamente de obligar a su vieja naturaleza a someterse a la ley. Ahora, en la cristiandad, el creyente gentil común pasa por la misma experiencia; porque el legalismo es enseñado por lo general casi en todas partes. Por lo tanto, cuando alguien es convertido, no es sino natural razonar que ahora, que uno ha nacido de Dios, es sólo cuestión de una firme determinación y un persistente esfuerzo en someterse a la ley y uno logrará una vida de santidad. Y Dios Mismo permite la prueba para que Su pueblo aprenda por experiencia que la carne en el creyente no es mejor que la carne en el inconverso. Cuando el cristiano deja de esforzarse, encuentra liberación por medio del Espíritu al ocuparse con el Cristo resucitado. [H.A.Ironside]

 

La Palabra de Dios condena despiadadamente todo intento de poner la creyente cristiano “bajo la ley”. El Espíritu Santo, por medio del Apóstol Pablo, dio a la iglesia el libro de Gálatas con el propósito de tratar con esta herejía. Lea esta Epístola una y otra vez, y note con cuidado el error preciso con el cual está tratando el escritor. No se trata de un rechazo total del evangelio de la gracia de Dios y un volverse completamente al legalismo. Es mas bien el error de decir que la vida cristiana, habiendo comenzado por fe sencilla en Cristo, debe luego continuar bajo la ley o alguna parte de ella (Gálatas 3:2-3). [Alva McClain].

 

La clave para vivir la vida cristiana no se encuentra en le Monte Sinaí. Se encuentra  en el Monte Calvario. Es allí donde aprendo que “he muerto y que mi vida está escondida con Cristo en Dios” (Colosenses 3:3). La ley vino del Sinaí, pero la GRACIA brota y fluye desde el Calvario y es la gracia de Dios la que nos enseña “que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente” (Tito 2:11-12). Los Gálatas insensatos abandonaron el Monte Calvario por el Monte Sinaí, aunque Jesucristo había sido clara y abiertamente presentado ante ellos como crucificado (Gálatas 3:1). “Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el  mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo” (Gálatas 6:14).

 

Ver los siguientes estudios:

¿Cuál es la Regla de Vida del Creyente?

La Vida Cristiana –y cómo debe vivirse

Romanos- versículo por versículo

 

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