Los Problemas de la TEOLOGÍA REFORMADA |
El Peligro
de Enseñar la Errónea Doctrina del
“Cumplimiento
Vicarial de la Ley”
El Cumplimiento
Vicarial de la Ley
“Porque así como por
la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así
también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos”
(Romanos 5:19). El contraste, en este versículo, es entre un acto de desobediencia de Adán que hundió en el pecado a
toda la raza y un acto de
obediencia de Cristo que proveyó salvación
para todos. Romanos 5:19 es malinterpretado a menudo por los hombres
Reformados que dicen que la obediencia de Cristo mencionada en este versículo,
se refiere a Su obediencia durante toda Su vida, al guardar la perfectamente
la ley. Y aunque el Señor Jesucristo guardó perfectamente cada jota y cada
tilde de la ley, la obediencia mencionada en Romanos 5:19 es la misma
obediencia que se menciona en Filipenses 2:8, es decir, la obediencia de
Cristo a la voluntad del Padre de ir a la cruz. Se refiere a Su un acto de
redención. Los Teólogos Reformados sostienen una teoría que a veces
es llamada “el cumplimiento vicarial de la ley”. Esta teoría dice que Cristo
no solo murió por nosotros como nuestro Sustituto (una verdad con la que
estamos absolutamente de acuerdo), sino que Cristo también vivió por nosotros
(durante Sus días previos a la cruz) y que guardó los mandamientos de Dios
por nosotros como nuestro Sustituto. Ellos enseñan que la deuda que el hombre
tenía con Dios fue pagada y totalmente satisfecha no solo por la muerte
sustitutiva de Cristo, sino también por la obediencia de Su vida (lo que
ellos llaman la “justicia activa” de Cristo). Ellos enseñan que la
justificación no se basa solo en la muerte de Cristo en la cruz, donde llevó
la pena del juicio de Dios contra nosotros, sino que se basa también en la
obediencia de Cristo durante toda Su vida al cumplir los preceptos de la ley
de Dios por nosotros” [Reformation Study Bible (Biblia de Estudio Reformada), ver nota bajo
Romanos 3:24]. Respecto a esta “justicia obediente de Cristo” ellos aseguran
y mantienen que Cristo expió tanto por Su vida como por Su muerte y que esto
era absolutamente necesario y esencial para procurar nuestra justificación.
Ellos dicen que cuando somos salvos, Dios nos imputa la justicia de Cristo
guardando le ley. El documento de 1999 titulado The Gospel of Jesus Christ: An Evangelical Celebration (firmado
por varios líderes evangélicos, incluyendo a Hybels,
Hayford, MacArthur, Robertson,
McCartney, Swindoll, Lucado, Stott, Ankerberg, Stowell, Stanley, etc.) dice
expresamente: De acuerdo con el evangelio, la justificación de Dios
de quienes confían en él, es una transición decisiva, aquí y ahora, de un
estado de condenación e ira por causa de sus pecados, a uno de aceptación y
favor en virtud de la perfecta obediencia de Jesús que culminó en su muerte
voluntaria llevando los pecados. Luego añade: Afirmamos que la obra salvadora de Cristo incluye
tanto su vida como su muerte a nuestro favor (Gálatas 3:13). Declaramos que la
fe en la perfecta obediencia de Cristo, por la cual él satisfizo todas las
demandas de la ley de Dios a nuestro favor, es esencial al Evangelio. Negamos
que nuestra salvación fuera efectuada solo o exclusivamente por la muerte de
Cristo, sin relación con su vida de perfecta justicia. Esta declaración perpetúa claramente la idea equivocaqda de que nuestra justificación se basa sobre la
obediencia legal de Cristo durante Su vida, como también sobre Su muerte y
resurrección. Al responder a esta teoría, debemos primero afirmar
terminantemente que el Señor Jesucristo vivió una vida perfecta, sin pecado y
que ÉL obedeció perfectamente los mandamientos de Dios, haciendo siempre
aquellas cosas que agradaban al Padre. ÉL era el inmaculado e impecable
Cordero de Dios. Ningún creyente en la Biblia podría negar la perfecta e
impecable vida de nuestro Salvador. Estos hechos son indiscutibles. Sin embargo, la justicia por la cual somos justificados
no proviene del Jesús terrenal, sino que llega a ser nuestra por el Hijo de
Dios resucitado y glorificado y por nuestra unión con ÉL. Rogamos notar que Romanos 4:25 no
dice esto: “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y que obedeció la ley para nuestra justificación.” En este caso,
la Teología Reformada busca la justicia en el lado equivocado de la cruz.
Nosotros no encontramos nuestra justicia en la ley, ni tampoco en Cristo
guardando la ley, sino que encontramos nuestra justicia solo EN ÉL, el Cristo
resucitado (2 Corintios 5:21). Nuestra posición justa en Cristo se debe al hecho de que
hemos sido UNIDOS al Cristo resucitado y que ÉL ha venido a ser nuestra
justicia (1 Corintios 1:30). La justicia de Dios que recibimos por fe, es
“aparte de la ley” (Romanos 3:22), y no tiene base legal alguna. En Romanos 3:24 leemos que la base de nuestra justificación
se encuentra en el Calvario: “Siendo justificados gratuitamente por su
gracia, mediante la redención que es
en Cristo Jesús”. Este versículo no dice que la base de nuestra
justificación es que Cristo guardó la ley. Para un excelente análisis sobre por qué el
“cumplimiento vicarial de la ley” es una doctrina errónea, ver la observación
de William Newell sobre este punto en su comentario sobre Romanos versículo
por versículo (ver las páginas 147- 149, su comentario sobre Romanos 5:19).
Este material se reproduce también más abajo, junto con otros útiles artículos
sobre la materia. |
(por
David Dunlap, usado con su permiso)
A finales del siglo 18 un grupo de intrépidos líderes
dispensacionalistas británicos comenzó a alzar su voz en una inflexible oposición
a, lo que a muchos parecía ser, una doctrina establecida de la iglesia. Esta
doctrina era llamada “La Imputación de la Obediencia Activa de Cristo”. Esta
doctrina gozaba de tanta aceptación en aquel tiempo, que pocos pensaban que
podría ser desafiada. Era una doctrina que se originó en el período de la
Reforma y fue articulada primero en los escritos de los reformadores Juan
Calvino y Martín Lutero. Pero cuando los dispensacionalistas británicos, tales
como John N. Darby y William Kelly, basándose en la Biblia, se opusieron a esta
doctrina, fueron denunciados agriamente como no ortodoxos e incluso
heréticos. En ese tiempo, un libro por
William Reid llamado Heresies of the Plymouth
Brethern (Las Herejías de los Hermanos de Plymouth) fue publicado como un
ataque a estos dispensacionalistas; y el Dr. Robert Dabney
divulgó un ataque similar en una obra titulada Theology of the Plymouth
Brethern (La Teología de los Hermanos de Plymouth) en 1891. Sin embargo,
durante los años siguientes y hasta nuestros días, líderes evangélicos han
llegado a la conclusión de que esta doctrina reformada de la imputación no
estaba basada sobre los fundamentos sólidos de la Palabra de Dios, sino más
bien sobre las arenas movedizas del razonamiento humano. Hoy día, esta doctrina
no es, en general, aceptada entre los evangélicos; de hecho, hay pocos
cristianos serios que estén familiarizados con ella. El escritor reformado Dr.
R. C. Sproul lamenta que esta doctrina sea ignorada y
pasada por alto entre los evangélicos del día de hoy. [R.C.
Sproul, Faith Alone (Grand Rapids, MI:Baker Books,
1997), p.103]. Sin
embargo, en años recientes ha habido un interés creciente en esta doctrina
debido a la popularidad de la Teología Reformada.
¿Qué
es la Salvación por la “Obediencia” de Cristo?
La Teología Reformada, desde el tiempo de los
Reformadores, ha enseñado que Cristo proveyó un doble fundamento para la
justificación. Se ha asegurado que los sufrimientos de nuestro Señor, desde Su
nacimiento hasta Su muerte, es Su “obediencia activa” y que Sus sufrimientos y
muerte en la cruz constituyen Su “obediencia pasiva”. Estos dos aspectos se
combinan para formar la base de la justificación del creyente. Todos los
cristianos evangélicos afirman que la muerte de Cristo en la cruz es la base
bíblica de la justificación. Sin embargo, la Teología Reformada insiste en que
la obediencia y los sufrimientos de Cristo anteriores a la cruz son esenciales
para nuestra salvación. El Calvinismo afirma que la muerte de Cristo, Su
“obediencia pasiva”, trata con nuestra culpa, mientras que los méritos de la
vida de Cristo, Su “obediencia activa”, proveen para nuestra justificación. El
Reformador Calvino, en su obra teológica más importante, The Institutes of Christian Religión (La Institución de la Religión
Cristiana), expone esta postura,
…cuando se pregunta como Cristo,
al abolir el pecado, quitó la enemistad entre Dios y nosotros, y compró una
justicia que lo hace favorable y propicio a nosotros, se puede responder
generalmente que él logró esto por todo
el transcurso de Su obediencia. Esto se comprueba por el testimonio de
Pablo, “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán
constituidos justos” (Romanos 5:19). Luego él extiende la base del perdón, que
exime de la maldición de la ley, a la
totalidad de la vida de Cristo. “Pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que
redimiese a los que están bajo la ley” (Gálatas 4:4-5). De modo que en Su
bautismo, Él declaró que una parte de la justicia fue cumplida por Su sumisión
al mandamiento del Padre. En resumen, desde el momento en que él tomó la forma de siervo, ÉL comenzó, para poder redimirnos, a pagar el precio de la
liberación….(itálicas mías). [Juan Calvino; Calvin’s Institutes, vol. 2].
No debemos perdernos las implicaciones de lo que Calvino
está diciendo. No es solamente la muerte de Cristo la que redime y justifica;
sino también Sus sufrimientos y obediencia que Cristo soportó durante Su vida
anterior a la cruz. Cada acto de obediencia como niño era redentor, cada gota
de sangre derramada en Su juventud, era expiatoria, en cada acto de obediencia,
desde que ÉL tomó la forma de siervo, desde de Su nacimiento, Él estaba
“pagando el precio de nuestra liberación”. A veces los autores reformados dan
tanto peso a la obra redentora en la vida de Cristo, que uno se pregunta por
qué, después de todo, fue necesaria la muerte de Cristo. Algunos escritores
reformados insisten tanto en este punto, que atribuyen cualidades redentoras a
eventos específicos en la vida de Cristo. El teólogo reformado y compositor de
himnos Horatius Bonar
detalla eventos de la vida de Cristo que considera ser sufrimientos redentores
anteriores a la cruz. El escribe:
La vida vicarial de Cristo comenzó
en el pesebre…allí comenzó a llevar el pecado…cuando fue circuncidado y
bautizado, lo fue como sustituto…y ÉL fue siempre Aquel impecable llevando
nuestros pecados… [Horatius Bonar, The Everlasting Righteousness, (London:
J.Nisbet& co. 1879), pp.26,27, 29, 32).
Por alarmante que esto parezca a muchos estudiantes serios
de la Biblia, esta posición Reformada de la justificación persiste hasta
nuestros días. El popular teólogo reformado R.C.Sproul ha expresado este
parecer en los términos más extremos. El asegura que la cruz sola era
insuficiente, porque la muerte y la vida de Cristo están en pie de igualdad en
la obra de justificación y redención. Por lo cual, sin la obra redentora de la
vida de Cristo, la muerte de Cristo no justificaría al creyente. El escribe,
Sin embargo, la cruz sola no nos
justifica…Somos justificados no solo por la muerte de Cristo, sino también por la
vida de Cristo. La misión redentora de Cristo no estaba limitada a la cruz.
Para salvarnos, ÉL debía vivir una vida de perfecta justicia. Su perfecta,
activa obediencia fue necesaria para la salvación Suya y la nuestra…Nosotros
somos constituidos justos por la obediencia de Cristo que nos es imputada por
fe [R.C. Sproul, Faith Alone, (Grand Rapids, MI:Baker
Book House, 1995), p.104].
La vida santa e impecable de Cristo es de gran interés
para los que tienen una mente espiritual. La contemplación de Sus perfecciones exhibidas
antes de la cruz, inspiran verdadera adoración, porque la adoración no surge
solamente de nuestra apreciación de Su muerte, sino también de la consideración
de todo lo que ÉL era en Sí Mismo y para la delicia de Dios (Mateo 17:5). Esto
no es decir que Su vida contribuye directamente a nuestra redención. Más bien,
Su carácter santo era algo esencial a Su propia naturaleza que lo calificaba
para ser el Cordero de sacrificio. Porque Dios, al establecer la Pascua, dijo
claramente que “tu cordero será sin defecto y sin mancha” (Éxodo 12:5) y Pedro
confirma que Él cumplió con este requisito divino (1 Pedro 1:19). Su santidad
era, como hemos dicho, esencial para ÉL personalmente, pero no es vicarial o
traspasada de alguna manera a nosotros. El evangelio no es que Cristo vivió Su
vida en nuestro beneficio, sino que ÉL “murió por nuestros pecados…fue
sepultado y resucitó” (1 Corintios 15:3, 4).
Examen
de los Argumentos Reformados
Los Teólogos Reformados se esfuerzan por encontrar en la
Biblia un claro y preciso apoyo para este concepto de la justificación. Sin
embargo, un versículo que es citado con tenacidad por los escritores reformados
es Romanos 5:18, “Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación
a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los
hombres la justificación de vida.” Los escritores Reformados entienden que la
frase “por la justicia de uno” significa los actos justos, obedientes y
guardando la ley de la vida de Cristo anteriores a la cruz. La teoría es que
esta justicia nos es imputada por fe. Sin embargo, ¿es esto lo que enseña
Romanos 5:18? Esta frase “justicia de uno” ¿se refiere a Su vida o a Su muestre
en la cruz, una vez para siempre? William MacDonald proporciona la necesaria
claridad sobre este punto cuando escribe:
La justicia de Cristo mencionada
en Romanos 5:18 no significa Su justicia como Hombre en la tierra o Su perfecto
cumplimiento de la ley. Nunca se dice que esto nos sea imputado. Si esto nos
fuera imputado, no habría sido necesario que Cristo muriera. The New American
Standard Bible es acertada cuando traduce: “Así pues,
como por una transgresión vino la condenación a todos los hombres, así también
por un acto de justicia vino la justificación a todos los hombres.” Este “un acto
de justicia” no era la vida de Cristo o Su cumplimiento de la ley, sino Su
muerte sustitutiva en la cruz del Calvario [William
MacDonald, Justification by Faith, (Romans), (Kansas City, KA: Walterick Publishers, 1981),
p.62].
Una cuidadosa lectura y estudio de este versículo muestra
que la palabra “justicia” (“dikaioma” en griego) debería
ser interpretado como “acto de justicia”. Se refiere a lo que fue realizado en
Su muerte y es diferente a la justicia
como cualidad. La exposición en los versículos 8-10 del mismo capítulo da mayor
luz al hecho de que es una referencia a la muerte de Cristo. Más aún, la
Palabra de Dios nunca enseña que somos justificados por la vida justa de
Cristo, sino por el acto justo de Cristo en la cruz, lo que permitió a Dios derramar
Su ira contra el pecado.
¿Cuáles
son las Implicaciones Bíblicas?
Todo estudiante cuidadoso de las Escrituras debería estar
preocupado por esta enseñanza. Para empezar, este punto de vista Reformado de
la justificación se opone al tenor de la enseñanza del Nuevo Testamento sobre
la justificación. El Nuevo Testamento establece repetidas veces que la base de
la justificación no se encuentra en la vida de Cristo, sino en Su muerte; y que
la justificación no fue por numerosos eventos en la vida de Cristo, sino por un
evento, es decir, la muerte de Cristo. La cantidad de referencias bíblicas
debería hacernos meditar. Leemos, “Porque también Cristo padeció una sola vez
por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo en
verdad muerto en la carne…” (1 Pedro 3:18); “…estando ya justificados en Su
sangre, por Él seremos salvos de la ira” (Romanos 5:9); “Así también Cristo fue
ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos…” (Hebreos 9:28). Más
aún, los escritores de los evangelios dejaron muy en claro que hasta el tiempo
de los sufrimientos de Cristo en la cruz, nuestro Señor no “bebió la copa” de
la ira de Dios llevando los pecados. El Dios justo no olvidó al Hijo antes de
la cruz. El Hijo, antes de la cruz, nunca pronunció el triste lamento, “Dios
mío, Dios mío, por qué me has abandonado…” (Marcos 15:34). La cruz de Cristo
fue el único lugar donde el Dios santo derramó Su justo e irrestricto juicio
contra el pecado. Allí el Dios santo derramó Su inexorable ira sin misericordia,
para que pudiésemos recibir la infinita misericordia de Dios sin ira. En
relación a esto nuestro Señor dijo, “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré?
¿Padre, sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora” (Juan
12:27). ¿No son más que suficientemente claras las Escrituras de que fue en la
cruz donde nuestro Señor sufrió por nuestros pecados y soportó la ira de Dios
contra el pecado?
Pero aún hay otra seria consecuencia de esta doctrina
reformada de la justificación. Esta perspectiva doctrinal cambia la salvación
por la gracia de Dios en una salvación por obras al tratar de guardar la ley de
Moisés. Las Escrituras son muy claras en este punto; nadie será salvo jamás por
guardar la ley. Pablo dice sin ambages, “…mas al que no obra, sino cree en
aquel que justifica al impío” (Romanos 5:4); “y que por la ley ninguno se
justifica para con Dios” (Gálatas 3:11); “sabiendo que el hombre no es
justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo…” (Gálatas
2:16). Así y todo, según la visión Reformada de la justificación, se nos
instruye que somos considerados justos por guardar la ley. Sin embargo, hay in
giro inusual; no es nuestro propio guardar la ley lo que nos justifica, sino la
de Cristo, quien guardó la ley en representación nuestra, de modo que Sus
méritos en guardar la ley nos son imputados a nosotros. Nótese las palabras del
respetado autor y teólogo reformado Dr. J.I. Packer:
En la teología clásica (reformada)
protestante la frase “la imputación de la justicia de Cristo” significa,
específicamente, que los creyentes son justos y que tienen justicia ante Dios
por ninguna otra razón, sino porque Cristo, su cabeza, era justo ante Dios, y
ellos son uno con Él, participantes de Su condición y aceptación. Dios los
justifica al traspasarles, por causa de Cristo, el veredicto que la obediencia
de Cristo merece. Dios los declara justos, porque ÉL los considera justos; y ÉL
les acredita justicia, no porque ÉL considere que ellos han guardado personalmente Su ley, sino porque ÉL los considera
unidos a aquel que la guardó representativamente.
La justicia cristiana comienza con la muerte y
resurrección de Cristo. Cristo Mismo resucitado es nuestra justicia, no Cristo
cumpliendo la ley en nuestro lugar. La relación del cristiano con la ley ha sido
quebrada por la muerte y resurrección de Cristo. En Romanos capítulo 7, el
apóstol Pablo expone este tema importante. El poder de la ley solo está vigente
mientras la persona vive, o en las palabras del apóstol, “la ley se enseñorea
del hombre entre tanto que éste vive” (Romanos 7:1). Luego Pablo explica
nuestra total liberación de la ley cuando dice que los que estaban bajo la ley
han muerto a la ley por la muerte de Cristo, para que pudieran ser unidos a
otro, al que resucitó de los muertos (Rom.7:1-6). Un hombre muerto no está
sujeto a la ley civil o religiosa; de igual manera, el creyente no está sujeto
a la ley de Moisés, porque él ha muerto y resucitado en Cristo. Por lo tanto,
para quienes han creído en Cristo, la ley ha perdido su autoridad para traer
tanto condenación como justicia por la obediencia de Cristo. Pablo finalmente
concluye su argumento en Romanos al escribir, “Porque
el fin de la ley es Cristo, para justicia de todo aquel que cree” (Rom.10:4).
Si la ley no tiene poder para hacer justo, ¿cuál es el verdadero carácter de la
justificación? En la justificación Dios nos adjudica una infinita rectitud y
todo el valor de la muerte de Cristo es acreditado al creyente por fe, sin
tener en cuenta la ley, conforme a la gracia. Por la resurrección de Cristo el
creyente tiene ahora una nueva posición en el Cristo resucitado en gloria
(Rom.4:25). El erudito dispensacionalista William Kelly describe bellamente la
base y el carácter de la justificación de Dios por medio de Cristo al escribir:
Si Cristo solamente hubiese
guardado la ley, ni tu alma ni la mía podrían haber sido salvas y menos haber
sido bendecidos como lo hemos sido. Cualquiera que guardara la ley, habría sido
una justicia por la ley y no la justicia de Dios, que no tiene la más mínima
relación con la obediencia a la ley. Por cuanto Cristo fue obediente hasta la
muerte, Dios trajo una nueva clase de justicia—no la nuestra, sino Su propio
favor. Cristo fue hecho maldición sobre el madero; Dios lo hizo pecado por
nosotros, para que nosotros fuésemos hechos la justicia de Dios en ÉL [William Kelly, Lectures on the Epistle
to the Ephesians].
John Nelson Darby expone la importante conexión entre la
resurrección de Cristo y nuestra nueva posición en ÉL. El escribe:
Lo que niego es la doctrina de que
mientras la muerte de Cristo nos limpia del pecado, Su cumplimiento de la ley
sea nuestra justicia positiva; y que Su cumplimiento de la ley nos sea imputado,
como si estuviésemos bajo ella, y que el guardar la ley fuera justicia
positiva. Yo creo que Cristo glorificó perfectamente a Dios por Su obediencia
hasta la muerte, y que es para nuestro provecho, y que, aunque Su muerte ha
cancelado todos nuestros pecados, somos aceptos de acuerdo a Su aceptación
presente a los ojos de Dios…al ser considerados como resucitados con ÉL,
nuestra posición ante Dios no es una justicia legal o dimensionada por el
cumplimiento de la ley por parte de Cristo, sino por Su aceptación presente
como resucitado… y nosotros somos considerados justos de acuerdo con el valor
de Su resurrección [J.N.Darby,
Collected Writings].
La
Importancia de la Cruz de Cristo
Por otra parte, la muerte de Cristo no debe ser
minimizada. Si el cumplimiento de la ley por parte de Cristo pudiera
justificar, ¿por qué entonces murió Cristo? Comprendemos que el cristiano Reformado
elevará vigorosamente su objeción. Argumentará con firmeza que la muerte de
Cristo era esencial y necesaria para nuestra salvación. Respetamos esta sincera
objeción. Sin embargo, la pregunta más seria aun permanece sin respuesta. Si,
como sugiere el punto de vista reformado, la justificación viene por medio de
la ley, puesto que Cristo fue en todo aspecto, totalmente obediente a la ley y
si los méritos de la vida justa de Cristo tienen un valor tan redentor como la muerte
de Cristo, entonces, ¿por qué murió Cristo? La Teología Reformada asegura con
firmeza que la obediencia y los justos méritos de la vida de Cristo son tan
redentores como la muerte de Cristo. El respetado teólogo reformado Archibald
Alexander Hodge explica:
Las Escrituras nos enseñan
claramente que la obediencia de Cristo era tan vicaria como lo fueron sus
sufrimientos y que Él nos reconcilió con el Padre tanto por lo uno como por lo
otro [Archibald Alexander Hodge, The Atonement].
Si todo esto es verdad, ¿por qué tenía que morir Cristo?
¿Por qué pasajes del Antiguo Testamento, tales como Isaías 53 y Salmo 22,
hablan de la necesidad de la muerte del Mesías? La Teología Reformada nunca ha
dado una respuesta satisfactoria a esta importante pregunta. Los escritores
Reformados, debido a la influencia de la Teología del Pacto, no ven la
diferencia entre la justicia por la ley en el Antiguo Testamento y la justicia
solo por la muerte de Cristo en el Nuevo Testamento. La Teología del Pacto
también falla en ver importantes diferencias entre el Israel terrenal bajo la
ley y la iglesia del Nuevo Testamento. Por lo cual sugiere una doctrina de
justificación por una mezcla de ambos, la ley y la gracia. Esto nunca dará
resultado. Dios ha puesto a un lado la justificación por la ley y ha
introducido algo totalmente nuevo. La ley vino por medio de Moisés, pero la
gracia y la verdad vinieron por medio de nuestro Señor Jesucristo. Solamente la
cruz de Cristo debe estar al frente de cualquier teología de la justificación.
Por lo cual debe afirmarse con toda seriedad que la muerte de Cristo era, sin
duda alguna, necesaria. Cualquier intento de minimizar o disminuir su
importancia y eficacia debe ser resistido con vigor. El respetado comentarista
bíblico John Ritchie ha resumido bien el punto de vista reformado de la
justificación y la frase “la justicia de Cristo”. El escribe:
La frase teológica “la justicia de
Cristo”, que tanto se usa, no es un término bíblico. El significado que se le
atribuye generalmente es que habiendo fallado el pecador en guardar la ley,
Cristo la ha guardado por él, que Su obediencia le es contada por justicia al
hombre, y que todos los que creen son revestidos con ella. Pero esto no sería
“justicia aparte de la ley” (Romanos 3:21). Si Dios considera que el pecador ha
guardado la ley porque Cristo la guardó por él, entonces la justicia es
ciertamente por la ley y la muerte de Cristo fue “en vano” (Gálatas 2:21). En
todo esto, la justificación por gracia para redención, no tiene lugar. El
evangelio no consiste en que el pecador es hecho justo por la imputación de la
obediencia legal de Cristo en la tierra y salvo por Su muerte, sino más bien
que “estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira” [John Ritchie, Romans].
Debemos rechazar las conclusiones de creyentes, en otros
aspectos bíblicamente sanos, que el cumplimiento de la ley por parte de Cristo
justifica, redime y reconcilia. Debemos dejar de lado las recientes
afirmaciones del teólogo reformado R.C. Sproul que dice que “sin embargo, la cruz sola no nos
justifica….” (Faith Alone, p.103) y
las del Dr. D. James Kennedy, que comentó, “estamos revestidos de su justicia
solamente… Su obediencia perfecta provee nuestra justificación. Esto es todo lo
que se necesita, y nada menos será suficiente” (Is Jesus the Only Way
to God?) Las Escrituras son claras y definitivas en este
punto de que nadie es parcialmente justificado y redimido en grado alguno por
guardar la ley.
Sin embargo, con ésto no queremos decir que el Nuevo
Testamento guarde silencio respecto a las glorias y perfecciones de la vida de
Cristo. Nuestro amado Señor satisfizo, sin duda, total y completamente las
demandas de la santa ley de Dios durante Su vida terrenal. Su vida obediente
fue necesaria para manifestar la gloria de Dios en Cristo al mundo y a Sus
discípulos. El Señor Jesucristo vivió una vida de obediencia como ningún otro
jamás ha vivido y jamás vivirá. ÉL hizo siempre lo que agradaba a Su Padre
(Rom.15:3). Nunca necesitó retractarse de palabra alguna, porque nunca habló
con imprudencia o exageración. Nuestro Señor nunca tuvo que pedir disculpas por
algo que había hecho, porque nuestro Señor nunca agravió a nadie. Ningún pensamiento
o hecho de nuestro Señor necesitó de confesión, porque Él nunca pecó o
transgredió la ley de Dios. Nuestro Señor nunca pidió consejo a alguien durante
Su ministerio terrenal, porque ÉL siempre fue el todo-sabio y omnisciente Dios.
Sin embargo, ninguna de estas perfecciones y glorias de nuestro Señor
justificaron o redimieron al hombre de un solo pecado. Porque es solamente la
impecable e infinita obra de nuestro Señor en la cruz de Cristo la que puede
redimir. El experto en Nuevo Testamento, W.E. Vine
resume la relación de la vida terrenal de nuestro Señor y Su muerte en la cruz
cuando escribe:
Ni la encarnación del Hijo de
Dios, ni Su cumplimiento de la ley en Sus días en la carne fueron de provecho,
en su totalidad o en parte, para la redención del hombre….Su obra redentora
misma comenzó y terminó en la cruz…Por lo cual en ninguna parte del Nuevo Testamento
se dice que Cristo guardó la ley por nosotros. Solo Su muerte es vicaria o
sustitutiva. No se dice que Él haya llevado el pecado durante algún momento de
Su vida, Fue en la cruz que Él llegó a ser el portador del pecado [W.E.Vine, The Epistle of the Galatians].
El Error
del Cumplimiento Vicarial de la Ley
(William Newell, su comentario en
Romanos bajo Romanos 5:19)
Del mismo modo por la
obediencia del Uno (Romanos 5:19). Esto fue la muerte de nuestro Señor como un
acto de obediencia. “Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz”. Por
supuesto, ÉL fue siempre obediente a Su Padre, pero nunca podrá enfatizarse
demasiado que Su vida antes de la cruz –“Su obediencia activa” como se le
llama—en ningún sentido se nos computa por justicia. “Primeramente os he
enseñado,” dice Pablo, “que Cristo murió
por nuestros pecados.” ÉL era antes de Su muerte santo, sin culpa, inmaculado,
separado de los pecadores.” ÉL mismo dijo, “Si el grano de trigo no cae en la
tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto.” ¿No veis que los
que pretenden que la vida justa de nuestro Señor bajo
“Justificados en (el valor o poder de) Su sangre,” y de ella sola,
es el directo mentís a la pretensión de que el hombre debe tener “una justicia
activa” tanto como “una justicia pasiva”. La afirmación aparente es que,
“considerando que todos hemos quebrantado la Ley (¡a pesar de que Dios dice que
los gentiles eran “sin ley”, y que los que están en Cristo no están bajo ella!),
y considerando que el hombre no puede por sus propias obras recobrar su posición
justa, vino Cristo, dicen, “y guardó la ley en lugar del hombre, y luego fue a
la cruz y sufrió la pena de muerte por
la culpa del hombre. De manera que el resultado es una “justicia activa”
computada al hombre, esto es, Cristo guardando la ley en lugar del hombre, y
segundo, una “justicia pasiva” que consiste en haberse quitado toda culpa por
la sangre de Cristo”.
Ahora bien, lo terrible de esto es la incredulidad en cuanto al
estado irrecuperable del hombre delante de Dios. Porque no solamente debía ser
derramada la sangre de Cristo en expiación de nuestra culpa, sino que teníamos
que morir con Cristo. Estábamos
unidos con el viejo Adán, y el hombre viejo—todo lo que teníamos y éramos en
Adán—debe ser crucificado si hemos de “unirnos a Otro, es decir, al que fue
levantado de los muertos.” La enseñanza teológica desde la Reforma nunca ha
expuesto claramente nuestro completo fin
en la muerte con Cristo en la cruz.
El resultado fatal de este terrible error es dejar a la Ley como
demandante de los que están en Cristo; porque “la Ley tiene dominio sobre el
hombre en tanto que éste vive” (7:1). Nunca seréis libres de las demandas de la
Ley sobre vuestra conciencia a menos que podáis creer en vuestro mismo corazón
que moristeis con Cristo, que vuestro viejo hombre fue crucificado con Él y que
vuestra historia en Adán delante de Dios llega a un completo fin en el Calvario
[Nota.
“Tanto los Calvinistas como los Arminianos piensan que la carne no es tan mala
que no pueda ser influenciada para Dios por Cristo usando la Ley y dándole
poder por el Espíritu”—Este es el penetrante y correcto comentario de William
Kelly].
Repito
que la ley no fue dada a ninguno de los
dos Adanes. El primer Adán tenía vida. ¡Dios no le dio la ley para que
obtuviera vida! No fue sino hasta Moisés cuando la ley entró, y entonces sólo
como algo incidental para revelarle al hombre su condición. La Ley no fue dada
al primer Adán ni a la raza humana, sino a
Israel solamente (Deut. 4:5-8; 33:1-5; Sal.147:19,20). De nuevo, ¡la Ley no
fue dada al último Adán!” El Postrer Hombre Adán fue hecho espíritu
vivificante.” Este es Cristo, resucitado de los muertos, a la diestra de Dios,
que comunica la vida espiritual. ¿Está Él
bajo la Ley? Es sólo el desesperado legalismo del corazón del hombre y su
confianza propia lo que lo hace meter la Ley, aferrarse a ella ¡aun cuando
Cristo debe cumplirla por él! ¡“El cumplimiento vicarial de la ley” es una
herejía gálata!
Nuestro
Señor dijo claramente que Su obra en este mundo era morir: “El Hijo del Hombre vino para dar Su vida en rescate”; y en
efecto, “por el Eterno Espíritu se ofreció sin mancha a Dios.” Ciertamente,
debía ser un cordero inmaculado.
Pero, ¿para qué? ¡Para el sacrificio!
Él no tocó nuestro caso, no tuvo ninguna relación con nosotros, hasta que Dios
puso sobre Él nuestros pecados y lo hizo pecado por nosotros en la cruz. Cristo
no pertenecía a nuestra raza, “los hijos de los hombres”. Él era la Simiente de
la mujer, no del hombre. Ciertamente, Él era el Hijo del Hombre, porque Dios
preparó para Él un cuerpo (Salmo 40; Hebreos 10) por el poder del Espíritu
Santo (Lucas 1:35). Pero, aunque Él vivió entre los pecadores, estuvo “separado
de los pecadores” y no tuvo relación con ellos hasta que Dios lo hizo la
ofrenda por los pecados de ellos en la cruz.
Cristo
mismo, resucitado, es nuestra justicia. Su vida terrenal bajo
Justificación en el
Cristo Resucitado
(Una selección de Charles Stanley,
de Rotherham)
¿Sobre
qué otro principio puede Dios justificar al culpable? Para el… pecador esta es
una tremenda pregunta. ¿Cómo puedo ser justificado y tener paz con Dios? Es
evidente que si el hombre no puede justificar lo que no es positivamente justo,
entonces seguramente Dios no puede justificar lo que sea menos que justo. Pero
en el hombre no hay rectitud. Todos son culpables. “Así la muerte pasó a todos
los hombres, por cuanto todos pecaron”.
¿Cómo
tratan entonces las Escrituras esta asombrosa interrogante—la justificación del
pecador y la justicia de Dios al justificarlo? Respondo, Por medio de Jesús, la
resurrección de entre los muertos — Jesús y la resurrección — Jesús “llevando
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero” — el Justo muriendo por los
injustos. Sí, Jesús crucificado y Jesús resucitado fue lo que el Espíritu Santo
puso ante los pecadores perdidos: Su muerte para expiación—Su resurrección para
justificación. “El cual fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado
para nuestra justificación” (Romanos 4:25).
De
modo que, mientras Su preciosa sangre limpia de todo pecado, Su resurrección me
lleva a una posición de total justicia en ÉL resucitado y, en consecuencia, a una
completa justificación. Y es respecto a esta positiva rectitud para
justificación que la enseñanza antigua y moderna difieren ampliamente—maestros
modernos…habiendo abandonado el fundamento cristiano de una nueva vida en
resurrección y habiendo regresado al terreno del legalismo y esclavitud,
encontrándose, como suponen, bajo la ley; ellos dicen, La ley tiene que ser
guardada perfectamente y sin ello no hay justificación. Así regresan a la ley
para justificación. Pero entonces encuentran que prácticamente el creyente puesto así bajo la ley, solo la
quebranta. ¿Qué debe hacerse? Oh, dicen, tú estás bajo la ley y la quebrantas;
pero Cristo guardó la ley por ti durante Su vida y ésto te es imputado para
justicia.
Debo
decir en respuesta a muchas preguntas sobre este solemne asunto, que no
encuentro esta doctrina en las Escrituras: no puede ser la antigua doctrina de
la Iglesia de Dios. La base está equivocada… La justificación no se basa en el
principio de la ley. “La justicia de Dios se ha manifestado aparte de la ley”. [Nota del autor: La “justicia de Dios” significa
exactamente eso—La justicia de Dios. Eso no es Cristo guardando rectamente la
ley…Si Dios quería hablar de la justicia
de Dios, ¿cómo debería expresarse
para que nosotros creyéramos que Él quería decir exactamente eso, si “la
justicia de Dios” no significa la justicia
de Dios?] “Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será
justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del
pecado” (Leer Romanos 3:19-26).
Toda
doctrina en la palabra de Dios está establecida claramente no sólo en un
versículo, sino en varios. Tome la expiación: “Así también Cristo fue ofrecido
una sola vez para llevar los pecados de muchos”—“Quien llevó él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero” – “porque también Cristo padeció una sola
vez por los pecados, el justo por los injustos”; y cientos de otros pasajes. Pero,
¿dicen las Escrituras alguna vez que Cristo guardó la ley por nosotros para nuestra
justificación? No tengo conocimiento de un solo texto. Sin embargo si así
fuese, hay muchos lugares en los que debería decir así. Tome Romanos 8:33. “Dios
es el que justifica. ¿Quién es el que condenará?” ¿Dice que fue Cristo quien
guardó la ley? No; sino, “Cristo es el que murió, más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios,
el que también intercede por nosotros.” Ahora bien, ¿no es ésto todo lo que las
Escrituras dicen acerca de la justificación de Dios de los elegidos? Evidentemente,
no se encuentra ni un solo pensamiento en cuanto a Cristo guardando la ley en
lugar de los justificados. Un cuidadoso examen de cada pasaje estará en
perfecta armonía con esta declaración.
Examine
el libro de los Hechos. El apóstol no predica ni una sola vez que Cristo guardó
la ley en nuestro lugar, sino “Cristo murió por nuestros pecados”. Una notable
demostración de ésto es 2 Corintios 5. El apóstol no dice, ‘por lo cual
pensamos que todos los hombres están bajo la ley y que Cristo guardó la ley por
ellos’; no, sino “pensamos que si uno murió por todos, luego todos murieron”. No
hay una sola noción de guardar la ley por ellos, sino “que murió y resucitó por
ellos. De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la
carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”. ¿No
comprueba esto que el apóstol no retornó a Cristo bajo la ley para
justificación, sino que avanzó hacia la resurrección?
“De
modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron,
he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios….” De modo que
las cosas viejas de la ley, su justicia y su condenación, pasaron. No he sido
devuelto a Cristo bajo la ley para justificación, sino he sido llevado a Cristo
en resurrección y allí soy hecho la justicia positiva
de Dios en ÉL tan ciertamente como ÉL fue hecho pecado por mí. “Al que no
conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado (esto, por cierto, fue en la cruz),
para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en ÉL”. ¡Qué paz tan
profunda y sólida da ésto! Resucitados pues en ÉL, unidos a ÉL, somos hechos “la justicia de Dios en ÉL”.
De
modo que, tal como nuestra caída en el primer Adán no solo trajo condenación,
sino un verdadero estado de muerte
por el pecado, tanto más la resurrección en Cristo no solo trae absolución de
la condenación, sino un eterno estado
de vida y efectiva justicia—absolutamente perfecta y sin pecado, la justicia de
Dios EN CRISTO. De modo que para el creyente, Cristo, por Su obediencia hasta la muerte, ha llegado a ser el fin
de la ley para justicia. El fin de la ley era la maldición y nuestro adorable
Jesús llegó a ser una maldición. En ÉL, nuestro moribundo Sustituto, la vida
que una vez despilfarramos, fue entregada, la condenación que merecíamos, fue
ejecutada totalmente. Y cuando Dios lo levantó de los muertos, Él lo levantó
como nuestro Garante justificado. Así aplica el Espíritu Santo Isaías 50:6-9 en
Romanos 8:34.
Para
el apóstol, si no hubiera un evangelio de la resurrección, no habría ningún
evangelio, “si Cristo no resucitó, aún estáis en vuestros pecados”. Pero Cristo
resucitó y el creyente resucitó con ÉL, por lo cual no está en sus pecados,
sino es justo en el Cristo resucitado, el comienzo de una nueva creación. No me
cabe duda de que la ignorancia en cuanto a la nueva creación en Cristo
resucitado es la causa de que los hombres defiendan la justificación por la
ley. No es extraño que para alguien que ignora (todo el significado de) la
resurrección, el evangelio de la justicia de Dios, que justifica al creyente por
medio de la muerte y resurrección de Cristo, es un evangelio nuevo. Jesús y la
resurrección es como un evangelio nuevo, tal como lo
era en Atenas hace 1800 años. En verdad, es uno de los tristes fenómenos de
estos últimos días que la antigua doctrina de “por Jesús, la resurrección” se
haya perdido tanto. La doctrina moderna es, por Jesús la justificación del
viejo hombre bajo la ley. La doctrina antigua era, muerte y sepultura del viejo
hombre, (ver Romanos 6) y perfecta justificación, no del viejo hombre, sino del
nuevo hombre, resucitado en Cristo Jesús.
¡Oh!
mi lector, si has muerto con Cristo, ¿no estás justificado de todo pecado? Si
has resucitado con ÉL, ¿no eres justo en ÉL? ÉL es tu justicia: no era, sino es
(1 Corintios 1:30). Tu eres la justicia de Dios en ÉL (1 Corintios 5:21).
Revestido así en el Cristo resucitado, ¿no es esta la justicia que es de Dios
por la fe? (ver Filipenses 3:9,10). De esta manera ha sido suplida tu necesidad,
ha sido suplida de tal manera, que ahora ya no hay condenación. Muerto con
Cristo, resucitado con Cristo, “ahora, pues, ninguna condenación hay para los
que están en Cristo Jesús” (Romanos 8).
Un
extracto de Justification in the Risen Christ (Justificación
en Cristo Resucitado) por Charles Stanley de Rotherham, de los Plymouth Brethern). |
¿Pagó el Salvador
la Pena por nuestros
Pecados
Antes de la Cruz?
“Quien llevó ÉL Mismo nuestros
pecados en Su cuerpo SOBRE
EL MADERO” (1 Pedro 2:24).
Una enseñanza común de los hombres Reformados es que la
muerte del Señor en la cruz no es el único lugar donde fue pagada la pena del
pecado, sino que en el pago por este castigo estaban incluidos los sufrimientos
de nuestro Señor aparte de la cruz del Calvario. A menudo presentan los
sufrimientos del Señor en el huerto de Getsemaní como un tiempo en que el Señor
Jesús estaba sufriendo como el Sustituto Divino por los pecados del hombre.
A la luz de la doctrina reformada del “cumplimiento
vicarial de la ley” no es sorpresa que ellos sostengan esta opinión. Si los
hechos justos de Cristo fueron sustitutivos, y si Su justicia al guardar la ley
fue imputada a la cuenta del creyente, es evidente que los sufrimientos de
nuestro Señor, aparte de la cruz, deben ser también sustitutivos y expiatorios.
Ellos enseñan que los sufrimientos
durante Su vida fueron expiatorios, pero la Biblia no enseña tal cosa.
Para un análisis mayor sobre este error doctrinal, ver ¿Llevó el Señor Nuestros Pecados antes de
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