La Pasión de Cristo |
La Pasión de Cristo de Mel Gibson, representa
los sufrimientos de Cristo desde el punto de vista católico. La película ha
despertado un gran interés, nacional e internacionalmente, y también ha provocado
alguna acalorada controversia. Sin embargo, no debería haber controversia
en cuanto a que el hecho que la película de Mel Gibson intenta retratar, fue
el evento más importante que alguna vez ha tenido lugar en la historia del
mundo. La cruz de Cristo es el punto focal de toda la historia. Lo que sucedió
hace casi 2000 años y por qué sucedió
es de una importancia crucial. Para aprender acerca del significado de la
pasión del Señor y de cómo nos afecta a cada uno de nosotros, debemos dirigirnos
a las páginas de la Santa Biblia, la infalible Palabra de Dios.
¿Qué Significa el Término “Pasión”?
El
término “pasión” viene de una palabra latina que significa “sufrimiento”.
Es similar a la palabra griega “pathema” que significa simplemente “sufrimientos” (del verbo
pascho,
sufrir). Este término griego es usado por Jesús Mismo, quien predijo Sus propios
sufrimientos:
“Desde entonces comenzó
Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer
mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y
ser muerto, y resucitar al tercer día” (Mateo 16:21 y ver Mateo 17:12). En
las horas finales, antes de morir, el Señor Jesús sufrió de muchas maneras,
antes de la cruz y en la cruz. Quiera el Dios de la verdad darnos entendimiento
en estas materias de gran importancia.
¿Podemos Realmente Confiar
en los Relatos de los Evangelios?
Hay cuatro
evangelios que relatan fielmente los momentos clave de la vida de Cristo.
Especial atención es dada a los sufrimientos y a la muerte de Cristo. Por
ejemplo, en Mateo, Marcos, Lucas y Juan, se dice mucho más acerca de los sufrimientos
y la muerte del Señor que acerca del nacimiento del Señor en Belén. La última
semana de vida de nuestro Señor es cubierta con mucho detalle, especialmente
las últimas doce horas de Su vida.
Hay abrumadora
evidencia que apoya la confiabilidad de los informes de los cuatro evangelios,
aunque los críticos incrédulos están ciegos en cuanto a estas cosas. En los
cuatro evangelios encontrarás historia verdadera que relata, de manera precisa,
eventos reales y conversaciones reales, tal como ocurrieron. Dicho de manera
sencilla, encontrarás toda la verdad. Observa como termina Juan su evangelio:
“Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas, y escribió estas cosas;
y sabemos que su testimonio es verdadero”
(Juan 21:24). Dios ha tenido a bien darnos una narración precisa de la vida
de Cristo (los cuatro Evangelios), usando como Sus escribientes a hombres
que fueron testigos verdaderos de las cosas sobre las cuales escribieron.
La gente
que niega lo que los cuatro evangelios enseñan, lo hace usualmente por razones
que indican un simple hecho: INCREDULIDAD. Puesto que el mensaje no es de
su agrado, tratan de desacreditar a los mensajeros. No te dejes engañar por
algunos ilustres profesores o por algunos clérigos eruditos que dicen a la
gente que el mensaje de los evangelios no puede ser tomado en serio. Hay miles
de personas que pueden testificar de cómo el mensaje de los Evangelios, especialmente
el mensaje de la crucifixión y resurrección del Señor, ha transformado sus
vidas.
Antes de
rechazar el mensaje de los Evangelios, ¿por qué no tratas de leer uno de ellos?
¿Qué Sufrimientos Específicos Tuvo Que Soportar?
Considere
los siguientes (no están necesariamente en orden cronológico):
2.- ÉL fue traicionado con un beso por uno de Sus discípulos (Lucas 22:47-48).
3.- ÉL fue arrestado por un grupo armado de policías del templo (Lucas 22:52).
4.- Él fue llevado con premura por una serie de juicios ilegales (los cuatro evangelios narran ésto).
5.- ÉL fue abofeteado con un severo golpe
por un alguacil del sumo sacerdote (Juan 18:22); y luego, otros lo abofetearon
de igual manera (Mateo 26:67).
7.- ÉL fue golpeado, se le propinaron puñetazos (Mateo 26:67).
9.- Fue menospreciado y escarnecido y vestido de una capa (Lucas 23:11).
Nada
era más brutal que los latigazos romanos, excepto la cruz romana. Considere
lo siguiente:
“Esos latigazos eran una horrible tortura. El látigo romano consistía de
un mango corto unido a varias correas, cuyos extremos tenían atados pedazos
de plomo o cobre y pedazos de huesos muy filudos. Los azotes se daban mayormente
en la espalda desnuda e inclinada. A veces el cuerpo era desgarrado y lacerado
a tal extremo, que las venas y arterias internas- a veces aún las entrañas
y los órganos interiores- quedaban expuestos. Esta
flagelación, de la cual estaban eximidos los ciudadanos romanos, muchas veces
tenía como resultado la muerte” (William Hendriksen,
John, p.414).
11.- ÉL fue coronado de espinas y sometido a más injurias (Marcos 15:17:30).
12.-
Fue obligado a llevar Su propia cruz al lugar de la ejecución (Lucas 23:36).
13.-
ÉL fue crucificado, es decir, clavado a una cruz de madera (Lucas 23:33).
14.-
ÉL fue traspasado con una (Juan 19:34; aunque aquí ya había muerto).
15.-
ÉL
llevó el castigo por los pecados de todo el mundo (1 Juan 2:2; Juan 1:29)
Este último
punto es el más significativo y es la razón por la cual fueron permitidos
todos Sus demás padecimientos. Este es el quid de todo el asunto. No entender
ésto lleva a muchas y variadas opiniones que impiden que una persona reciba
le ayuda que necesita. Todos los demás padecimientos que Cristo soportó son
como nada comparados con la ira y el juicio que ÉL sufrió como el Portador
de pecado y como el Sustituto de los culpables. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1
Pedro 3:18). “Quien llevó ÉL mismo nuestros pecados en Su cuerpo sobre
el madero” (1 Pedro 2:24). Puesto que este punto es tan importante, hablaremos
más sobre eso más adelante.
¿Merecía ÉL Estos Sufrimientos?
El Señor
Jesús no merecía en absoluto Sus sufrimientos. Una de las tragedias del sistema
judicial criminal es que a veces hombres inocentes son castigados y hasta
ejecutados. Hombres inocentes sufren a veces sin causa.
Nunca ha
habido un hombre tan inocente como Jesucristo. No era culpable de crimen alguno.
ÉL no había quebrantado ninguna ley. ÉL guardó perfectamente los mandamientos
de Dios y siempre hizo lo que era agradable a los ojos de Dios (Juan 8:29).
ÉL era sin pecado (Hebreos 4:15). ÉL no conoció pecado (2 Corintios 5:21).
En ÉL no había pecado (1 Juan 3:5). ÉL no cometió pecado (1 Pedro 2:22). ÉL
es descrito como un cordero sin mancha y sin contaminación (1 Pedro 1:19).
Aún los enemigos
del Señor reconocieron la impecabilidad del Señor. Pilato, el gobernador romano,
no encontró falta alguna en ÉL (Juan 19:4). Judas dijo, “he entregado sangre
inocente” (Mateo 27:4). Uno de los criminales que murió cerca de Jesús dijo,
“Este hombre ningún mal hizo” (Lucas 23.41). ¡El Hombre más perfecto que jamás
ha vivido sobre esta tierra fue ejecutado como un criminal!
¡Qué contraste
hay entre nuestras vidas y la del impecable Salvador! ÉL era inocente; nosotros
somos culpables (Romanos 3:19). ÉL cumplió perfectamente la ley de Dios; nosotros
no hemos obedecido la ley de Dios y hemos quebrantado Sus Diez Mandamientos.
ÉL era sin pecado; nosotros hemos pecado repetidas veces a lo largo de nuestra
vida: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”
(Romanos 3:23). ÉL era justo; nosotros somos injustos: “Porque no hay justo,
ni aun uno” (Romanos 3:10). ÉL no merecía morir la muerte que ÉL murió; nosotros
merecemos la pena de muerte: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos
6:23).
Note la siguiente lista de pecados que da a conocer lo
que hay en nuestros corazones. Si somos honestos, debemos reconocer que todas
estas cosas se encuentran de alguna manera en nuestros corazones, activa o
inactivamente, abierta o encubiertamente: “Estando atestados de toda injusticia, fornicación,
perversidad, avaricia, maldad; llenos de envidia, homicidios, contiendas,
engaños y malignidades; murmuradores, detractores, aborrecedores de Dios,
injuriosos, soberbios, altivos, inventores de males, desobedientes a los padres,
necios, desleales, sin afecto natural, implacables, sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas
son dignos de muerte (Romanos 1:29-32). Al estar ante un Dios santo, somos
culpables, estamos condenados y somos dignos de muerte.
Sus Sufrimientos Fueron Voluntarios
Es muy importante
entender que Jesucristo fue a la cruz voluntariamente. ÉL no fue obligado
a hacerlo. ÉL no fue llevado en contra de Su voluntad. ÉL escogió poner Su
vida por nosotros. Fue Su amor por nosotros lo que le llevó a morir por nosotros.
El Señor Jesús dijo ésto: “Por eso me ama el Padre,
porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la
pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar.
Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18). Note que ningún hombre
podía quitarle la vida, sino que ÉL voluntariamente escogió poner Su vida:
“Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas” (Juan 10:11).
Hubo otros momentos en que los enemigos del Señor trataron de matarlo,
pero les fue imposible hacerlo. En una ocasión en Nazaret ellos trataron de
despeñarle: “y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron
hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos,
para despeñarle. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:29-30).
En otras ocasiones ellos trataron de apedrearlo, pero no pudieron hacerlo
(ver Juan 8:59 por ejemplo).
Finalmente, cuando llegó Su hora de morir, el Señor Mismo permitió
ser arrestado en el huerto de Getsemaní. Un grupo de hombres vino con antorchas
y linternas y armas, todo esto con el objeto de apresar a un hombre desarmado.
Cuando Simón Pedro tomó la espada y trató de usar la fuerza, el Señor le dijo
que guardara su espada. Luego le dijo, “¿Acaso piensas que no puedo ahora
orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” Jesús
podría haber orado y haber pedido a Dios que enviara un gran ejército de miles
de ángeles para librarlo de Sus enemigos, pero el Señor nunca hizo esta petición
(ver Mateo 26:52-53). ÉL sabía que la voluntad de Dios para Él era que continuara
Su camino a la cruz.
Ningún hombre pudo quitarle la vida a Jesús. Él voluntariamente decidió
ir a la cruz. “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo
Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). “Porque el Hijo del Hombre
vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lucas 19:10). Un escritor,
comentando el sacrificio voluntario de Cristo, lo explicó así:
La muerte de Cristo no fue un asesinato, porque un hombre asesinado
es un hombre indefenso. Su vida le es quitada en contra de su voluntad. Pero
la vida de Cristo no le fue quitada de esta manera. Hablando de Su muerte,
Jesús dijo, “Nadie me la quita, sino que yo de Mí Mismo la pongo”. De modo que la muerte de nuestro Señor fue
voluntaria. ÉL descendió del cielo a la tierra para morir. Pero oigo a alguien
decir, “Una muerte voluntaria es suicidio”. ¿Era Cristo entonces un suicida?
¡Mil veces no! Una muerte voluntaria es ciertamente un suicidio, a menos que
(y esto es importante) sea a favor de la vida de otro. Y en el caso de Cristo
fue para la vida y salvación de muchas pobres almas perdidas. Si vieras a
una mujer entrar sin motivo alguno, en una casa que se está incendiando y
ella perece en las llamas, dirás que ella ha cometido suicidio. Pero si tú
sabes que allí hay un niño al que ella trata en vano de salvar, tú lo llamas
un sacrificio. Tu dirás: “Ella dio su vida por alguien a quien amaba”. La
muerte de Cristo entonces, siendo voluntaria a favor de aquellos que ÉL vino
a salvar, no fue asesinato ni suicidio, sino un bendito SACRIFICIO.
¿Qué Hizo que los Sufrimientos de Cristo
Fueran Únicos?
Muchos hombres
murieron en cruces romanas. Después de la fracasada revuelta de los esclavos
encabezada por Espartaco contra Roma en 71 A.C.,
seis mil de sus seguidores fueron clavados a cruces a lo largo de la Vía Apia
(Grant, Historia
de Roma). Flavio Josefo, un historiador judío, dice que al menos quinientos
judíos fueron crucificados diariamente durante el asedio de Jerusalén por
los romanos bajo Tito en el año 70 D.C. (Las
Guerras de los Judíos 5.11.1). ¿Qué hizo que la crucifixión de Cristo
fuera tan única?
Jesús estuvo
en la cruz durante seis horas, desde las 9:00 a.m. hasta las 3:00 p.m. Pero
muchos criminales sufrieron en las cruces por mucho más tiempo, quizás hasta
por dos o tres días. Algunos criminales fueron azotados o flagelados tan severamente
que morían a causa de los latigazos y nunca llegaron a ser crucificados. Jesús
no fue azotado hasta este punto.
Otras personas
han sido torturadas de maneras tan dolorosas o aun más dolorosas que la crucifixión.
Muchos mártires cristianos fueron muertos de maneras horribles, inmisericordes
y crueles. Cualquiera que esté familiarizado con “El Libro de los Mártires” de John Fox,
sabe algo de los horrores de ciertas formas de tortura que eran usadas contra
la gente a través de los siglos. ¿Qué hizo entonces la muerte de Cristo tan
única, en vista del hecho que tantos otros han tenido que soportar inimaginables
sufrimientos que los han llevado a la muerte?
Es interesante
que los escritores de los evangelios nos den pocos detalles de la crucifixión
de Cristo. Podríamos haber esperado que nos describieran todos los sangrientos
y repulsivos detalles de lo que Cristo tuvo que soportar durante esas horas
de tortura, pero no lo hicieron. Por ejemplo, el escueto relato de Lucas describe
el evento con pocas palabras: “Y cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera,
le crucificaron allí” (Lucas 23:33).
Dios el Espíritu
Santo (el Autor Divino de las Escrituras) tenía una razón para no destacar
los sufrimientos físicos de Cristo. No fueron los sufrimientos físicos los
que hicieron tan terrible la muerte de Cristo. La muerte que Cristo murió,
implicó una agonía y sufrimientos mucho mayores que las muertes que han muerto
otros hombres. Ningún hombre podrá decir jamás, “La muerte de Cristo fue nada
comparado con lo que yo tuve que pasar”. No, la muerte de Cristo fue única.
Si vemos
solamente el aspecto físico de la crucifixión, entonces no habremos comprendido
el verdadero sentido. Lo que hizo tan significativo los sufrimientos y la
muerte de Cristo no es lo que los judíos le hicieron a Jesús y no era lo que
los romanos le hicieron a Jesús. El verdadero
significado de los padecimientos y de la muerte de Cristo engloba
lo que Dios el Padre le hizo a Jesús cuando ÉL sufrió el castigo por nuestros
pecados. Dios tiene que castigar el pecado, y si Dios nos castigara
a nosotros por nuestros pecados, todos estaríamos condenados al infierno para
siempre. Pero el Salvador, por amor, estuvo dispuesto a morir en nuestro lugar,
como nuestro Sustituto, para tomar sobre Sí Mismo el castigo que nosotros
merecíamos.
No culpes
a los judíos por la muerte de Cristo. No culpes a los romanos. Si quieres
culpar a alguien, mira al espejo y ve al pecador por quien Cristo murió. La
ira y el enojo y el juicio de Dios contra el pecado, que debería haber caído
sobre ti, cayó en cambio, sobre Cristo. “Cristo padeció por los pecados (por
tus pecados), el Justo por los injustos” (1 Pedro 3:18).
El profeta Isaías habló acerca del Mesías que vendría
y de lo que realizaría en la cruz. Medita atentamente en estas palabras:
“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados;
el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino;
mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5-6).
Isaías también
dice que ÉL fue “azotado” y “herido por Dios” (Isaías 53:4) y ÉL fue “quebrantado”
por Dios (Isaías 53:10). Es cierto, los judíos y los romanos golpearon a Cristo
de muchas maneras, pero los golpes que eran infinitamente más significativos
fueron los infligidos por la mano del Todopoderoso Dios cuando estaba castigando
a nuestro impecable Sustituto por los pecados que nosotros cometimos.
ÉL No Sufrió Por Sí Mismo
Daniel predijo
que “se quitará (morir una muerte violenta) la vida al Mesías, mas no por sí” (Daniel 9:26). ÉL murió
“por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3). ÉL “llevó nuestros pecados en Su
cuerpo sobre el madero” (1 Pedro 2:24). ÉL no merecía estar en aquella cruz.
Nosotros lo merecíamos. Pero ÉL tomó nuestro lugar.
Sir James
Simpson, el inventor del cloroformo, escribió los siguientes
párrafos para explicar el significado de la muerte de Cristo como nuestro
Sustituto:
Cuando era un niño en mi hogar, vi algo que nunca olvidaré.
Vi a un hombre atado a una carreta y arrastrado por las calles del pueblo.
Su espalda estaba desgarrada y sangrando por muchos latigazos. Fue un castigo
vergonzoso. ¿Por causa de muchas ofensas? No, por una sola ofensa. ¿Algún
ciudadano se ofreció a compartir los latigazos con él? No, el que cometió
la ofensa sufrió él solo el castigo. El fue también la última persona en sufrir
ese castigo, porque la ley luego cambió.
Cuando era un estudiante en la universidad, vi otra cosa
que nunca olvidaré. Vi a un hombre condenado a muerte. Sus brazos estaban
atados, su cara estaba pálida como la muerte —miles de ojos ansiosos estaban
fijos en él cuando salió de la cárcel. ¿Algún hombre pidió morir en su lugar?
¿Vino algún amigo a desatar la cuerda y decir, “Pónganla alrededor de mi nuca;
yo moriré en su lugar”? No, él fue sometido a la sentencia de la ley. ¿Por
muchas ofensas? No; por un delito de robo. El quebrantó la ley en un punto
y murió por ello. El también llevó el castigo por una ley que cambiaría. Fue
el último caso de pena capital ejecutada por el delito de hurto.
Años más tarde, vi otra cosa que nunca olvidaré. Vi mi
propia alma herida y sangrante por años viviendo en pecado. Sentí la vergüenza
por todos mis pecados que estaban a la vista de un Dios Santo. Me vi a mi
mismo como un pecador condenado, estando al borde del castigo eterno en el
lago de fuego. ¿Por un pecado? No, por muchos, muchísimos pecados cometidos
contra Dios. ¿Alguien se ofreció a cargar mi sentencia? Sí, miré nuevamente
y vi a Jesucristo ofreciéndose a ser mi Sustituto. ÉL llevó en Su cuerpo en
la cruz todo el castigo por mi pecado (1 Pedro 2:24). ÉL murió, para que yo
pudiera vivir. Él sufrió – el Justo por el injusto –para llevarme a Dios (1
Pedro 3:18). Entonces yo confesé mis pecados a Cristo y confié en ÉL para
salvación (Romanos 10:9). ÉL me redimió de la maldición de la ley (Gálatas
3:13). Yo había pecado y estaba condenado a un castigo eterno. ÉL llevó el
castigo y yo ahora estoy libre.
La inmutable ley de Dios requiere una justicia perfecta
que yo nunca podía esperar obtener por mi mismo. Nuevamente miré hacia ÉL
y encontré que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que
cree” (Romanos 10:4). La ley requiere pureza inmaculada, y yo estaba manchado
por el pecado. Nuevamente miré “Al que nos amó y nos lavó de nuestros pecados
con su sangre” (Apocalipsis 1:5).
Yo era un hijo de desobediencia, un hijo de ira; “Mas
a todos los que le recibieron, a los que creen en Su Nombre, les dio potestad
(el derecho) de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:12). En ÉL no solo encontré
a mi Sustituto y a mi Salvador, sino a quien suple cada una de las necesidades de mi vida.
Deseo hablarte de este Salvador, “Porque no hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos
4:12). ¿Has recibido a Cristo como tu Sustituto? ÉL es el único que puede
quitar la culpa y la condenación del pecado. “Porque la paga del pecado es
muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro
(Romanos 6:23).
Cree que Él murió por ti y que resucitó nuevamente para
proveer el camino para tu salvación. Arrepiéntete de tus pecados y pon tu
confianza en Jesucristo como tu Sustituto y estarás eternamente a salvo de
las consecuencias del pecado (Hechos 13:38, 39). Entonces podrás decir verdaderamente,
“Cristo es mi Sustituto”.
¿Quién Mató Realmente a Jesús?
No
hay fin para el debate en cuanto a quién mató a Cristo. No hay duda de que
históricamente los romanos tuvieron un papel clave, como también el Sanedrín
(el Concilio gobernante judío). Judas fue culpable porque traicionó a Cristo.
Pilato, el gobernador también tiene culpa por permitir que un Hombre inocente
fuera condenado a muerte y ejecutado. Pero todas estas preguntas se desvanecen
hasta la insignificancia cuando nos damos cuenta de que Cristo murió por cada
uno de nosotros y que fue por nuestros pecados que ÉL sufrió, sangró y murió.
“Cristo padeció una sola vez por los pecados, el
Justo (Jesucristo) por los injustos
(es decir, nosotros), para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18).
Cada
uno de nosotros tenemos que llegar al punto en que reconozcamos nuestra responsabilidad
personal por la muerte de Cristo. Yo tengo que confesar esta verdad: “El Señor
Jesús murió por mi. Yo merecía la muerte; yo merecía el juicio de Dios, pero
mi Sustituto murió en mi lugar. Fue por mis pecados que ÉL sufrió y murió”.
Alguien dijo: “Cristo murió—eso
es historia; Cristo murió por mí—eso es salvación”. Tu iglesia
no te puede salvar. Tus ceremonias y ritos religiosos no te pueden salvar.
Tus buenas obras no te pueden salvar. Sólo Cristo puede salvarte y tienes
que confiar en ÉL y solamente en ÉL. “Cree en el Señor Jesucristo y serás
salvo” (Hechos 16:31). “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Isaías 45:22).
¿Cuál Cruz te Representa a Ti?
Había
tres cruces en el monte del Gólgota. En la cruz del centro colgaba el Salvador
del mundo, sufriendo por nuestros pecados, llevando a cabo la gran obra de
redención. En las otras dos cruces había dos criminales, ambos eran culpables
de crímenes dignos de muerte. Consideremos estas tres cruces:
1) La cruz de REDENCIÓN
El Señor Jesús es el gran Redentor, el único Salvador
de Dios. ÉL realizó la obra de redención cuando pagó el gran precio de la
redención: “Sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra
vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas
corruptibles, como oro o plata, sino con
la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación
(1 Pedro 1:18-19).
Jesús, hablando de Su muerte, dijo estas palabras: “Y yo, si fuere
levantado de la tierra (en la cruz), a todos atraeré a mi mismo” (Juan 12:32).
Todos los hombres son atraídos a la cruz del centro donde tienen que decidir
lo que harán con el Cristo crucificado. Puedes elegir recibirlo o rechazarlo,
pero no puedes ser neutral: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para
condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree,
no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído
en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan 3:17-18). “El que cree en el
Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida,
sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3:36).
Toda persona tiene la opción de creer en Cristo o de rechazar al
Salvador. Los dos criminales que murieron cerca del Señor Jesús representan
estas dos opciones:
2) La cruz de RECHAZO
Uno de
los malhechores blasfemó y habló contra Jesús diciendo, “Si tú eres el Cristo,
sálvate a ti mismo y a nosotros” (Lucas 23:39). Este hombre murió en incredulidad.
El murió en sus pecados (Juan 8:42), con sus pecados sin perdonar o retenidos.
Murió sin Dios y sin esperanza. El Salvador del mundo estaba al lado de él,
pero él rehusó confiar en ÉL. El rechazó el único remedio para el pecado,
la única cura. Recordamos las trágicas palabras de Jesús que se encuentran
en Juan 5:40—“Y no queréis venir a mí para que tengáis vida”.
3) La cruz de ARREPENTIMIENTO
Y RECEPCIÓN
El Ladrón en la Cruz que
se Volvió a Jesús
Lucas 23:39-43
39 Y uno de los malhechores
que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate
a ti mismo y a nosotros.
40 Respondiendo el otro, le
reprendió, diciendo: ¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la misma condenación?
41 Nosotros, a la verdad, justamente
padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros hechos; mas éste ningún
mal hizo.
42 Y dijo a Jesús: Acuérdate
de mí cuando vengas en tu reino.
43 Entonces Jesús le dijo: De
cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Había
otro criminal muriendo cerca de Jesús. Primero este hombre se burló de Jesús
igual como hizo el otro criminal (Mateo 27:44). Pero luego sucedió algo. El
cambió. El pensó diferente sobre Jesús. El se arrepintió. El temió a Dios.
El sabía que estaba en un lugar de condenación (Lucas 23:40). El sabía que
era un pecador culpable, un criminal condenado y que estaba recibiendo exactamente
lo que merecía (Lucas 23:41). El también sabía que el Hombre al lado de él,
en la cruz del centro, era inocente y que no había hecho ningún mal (Lucas
23:41).
Este hombre
culpable reconoció que Jesús era la Solución de su problema y que Jesús era
su única esperanza. Con fe se volvió al Salvador y dijo, “Señor, acuérdate de mí cuando vengas en tu
reino”. De alguna manera supo que todos los horrores de la crucifixión
no derrotarían al Señor, sino que finalmente ÉL sería Rey y que tendría un
reino y él deseaba ser parte de ello. El Señor honró su fe prometiéndole un
glorioso futuro que comenzaría antes de terminar el día: “De cierto te digo
que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Su
día comenzó con la crucifixión, pero terminó en el paraíso, en la presencia
de su recién encontrado Salvador.
Muchos
nos dicen hoy que para ser salvo tienes que vivir una buena vida, hacer buenas
obras, asistir a la iglesia, ser bautizado, etc. Todas estas cosas tienen
su lugar, pero ninguna de ellas salva a una persona. Ten presente que el ladrón
en la cruz no podía hacer ninguna de estas cosas. El no podía bajar de la
cruz para ser bautizado o incorporarse a una iglesia. El no podía vivir una
vida buena ni hacer buenas obras, porque ya había vivido una vida mala y había
hecho malas obras y estaba siendo ejecutado por sus crímenes. Todo lo que
tenía era a Jesucristo y eso era todo lo que necesitaba. La salvación se encuentra
sólo en Cristo, y solamente en ÉL.
¿Qué de ti? ¿Has recibido al Señor
Jesús como a tu Salvador? “Mas a todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios” (Juan 1:12). Tu DECISIÓN determinará tu DESTINO.
¿Quieres ser como el ladrón en la cruz que rechazó al Salvador o quieres ser
como el ladrón en la cruz que recibió al Salvador y lo aceptó por fe? ÉL sufrió
por ti. ÉL murió por ti. ÉL resucitó otra vez por ti. Él solo pide que pongas
tu fe en ÉL y solamente en ÉL.
Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
Para que todo aquel que en él cree, no se pierda,
mas tenga vida eterna.
Porque de tal manera
amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que
en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Juan 3:14-16).
*** ****** ***